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jueves, 16 de septiembre de 2010

Argentinos confiesan por qué prefieren pagar con inflación el crecimiento del país

Con experiencia en crisis, parecería que buena parte de la sociedad ya está dotada de los “anticuerpos” suficientes para convivir con el virus de la suba de precios. ¿Cuáles son las creencias que hacen que este flagelo no figure en el primer lugar del ranking de preocupaciones?
Argentinos confiesan por qué prefieren pagar con inflación el crecimiento del país

¿Los argentinos ya se acostumbraron a convivir con una suba de precios tan elevada como la actual? ¿Da igual una inflación del 20, 25 o del 30% anual?


La lógica diría que no. Sin embargo, resulta llamativo que este problema no figure en las encuestas como la principal preocupación en materia económica.

Es como si, superado el impacto inicial de los primeros años, la suba generalizada de precios ya hubiese ganado consenso social.

Una especie de virus que ya está instalado, en una sociedad que siente que –a esta altura– ya es muy difícil de erradicar en el corto y mediano plazo. Hasta incluso parecería que los argentinos han desarrollado los “anticuerpos” suficientes como para convivir con él.

No es que les agrade el proceso de suba de precios, claro está.

Pero es innegable que se está generando un fenómeno de acostumbramiento, al punto que, curiosamente, las noticias de inflación atraen cada vez una menor atención.

La pregunta obligada es si los argentinos estarían dispuestos a beneficiarse con unos puntitos menos en la suba general de precios a cambio de que el país redujera su ritmo económico. En buen romance, si resignarían crecimiento por una menor inflación (o consumo).

¿Qué dicen las encuestas? Sostienen que existe una sensible mejora del humor social que está muy ligada al auge consumista.

Respecto de la inflación, muestran una situación de bastante tolerancia de la sociedad, a pesar de que la variación anual roza el 25%, algo que en otros países resultaría “escandaloso”.

Tanto las investigaciones de la Universidad Torcuato Di Tella como la de Tres de Febrero y la Católica dan cuenta de:
Una firme tendencia en la predisposición a la compra de inmuebles, automóviles y electrodomésticos.

Una mejora en la percepción de la situación personal de los encuestados (que no evidencia grandes diferencias entre los segmentos de ingresos altos y bajos).

Que los argentinos no muestran una mayor preocupación porque la inflación esté en aumento. De hecho, el sondeo de la UCA, destaca que casi un 60% de los entrevistados no la menciona como un gran problema a resolver.

En el ranking de intranquilidades, aparece debajo de temas como la necesidad de generación de más empleo y el combate a la pobreza.

“¿Encontró el kirchnerismo la fórmula de la felicidad?”, se preguntaba Luciano Cohan, economista jefe de la consultora Analytica, tratando de encontrar una explicación al actual momento socioeconómico.

Sucede que buena parte de la sociedad no ve este flagelo como algo que les cause extrema preocupación, habida cuenta de algunas creencias:

Creencia I: si hay inflación, hay estabilidad de empleo
Surgen varias explicaciones sobre por qué se puede, en pleno siglo XXI, ser tolerante a la segunda suba de precios más alta del mundo sin que ello genere un mayor rechazo de la población.

Una de ellas es la sensación que vincula a la inflación con una mayor estabilidad laboral.

“Una inflación controlada no es perjudicial para el hombre de trabajo que todos los años recupera su poder adquisitivo. Posibilita una movilidad social muy importante”, llegó a afirmar el líder de la CGT, Hugo Moyano.

Para Maximiliano Castillo Carrillo, director de la consultora ACM, la definición de Moyano es una prueba de que buena parte de la sociedad argentina adhiere a esta teoría, que marca una relación inversa entre inflación y desempleo.

Y como contrapartida, en situaciones de estabilidad, se teme que los ajustes se produzcan no en el nivel de los salarios sino en la cantidad de gente empleada.

“Es un argumento que tiene algún atractivo a nivel de intuición. Se percibe que aumentan los precios porque la economía crece y esto se ve como algo bueno. Pero cuando uno lo analiza en profundidad, y mirando el largo plazo, esta creencia no tiene asidero”, afirma el analista.

“De hecho, en el mundo es un debate que ya ha sido superado. Ya nadie discute que el crecimiento no depende de emitir dinero sino de factores reales”, destaca Castillo.

Creencia II: es más cómodo aumentar precios que reducir costos
Gustavo Lazzari, directivo de la fundación Atlas, apunta que hay elementos en la idiosincrasia nacional que hacen que una alta inflación sea tolerable política y socialmente.

“Hemos tenido inflación desde 1950, y eso genera un aprendizaje importante. Los argentinos saben stockear materia prima, conocen qué mercadería hay que guardar y cuál hay que vender, saben qué consumir ahora y qué conviene comprar después. Es una habilidad que a nosotros nos parece obvia pero que en otros países no existe”, describe.

Y aporta otros aspectos que son percibidos como positivos: “La inflación tiende a ser aceptada porque todos los ajustes se hacen para arriba. Es decir, a todo el mundo le resulta más cómodo retocar precios en vez de preocuparse en bajar costos. Les gusta a los empresarios y también al Gobierno, que encuentra la forma de hacer un ajuste fiscal pero con la ventaja de que encuentra a quién echarle la culpa”.

Creencia III: sensación de protección
Un análisis de la consultora Economía & Regiones, que dirige Rogelio Frigerio, destaca que “si bien la inflación es un problema para la economía argentina, también es, paradójicamente, una solución (insostenible en el tiempo) para subsanar la caída de los ingresos públicos”.

Y Castillo, de ACM, apunta a la percepción de los asalariados: “Los trabajadores del sector formal han logrado negociar ajustes de tal forma que van compensando e incluso superando la inflación. Los niveles socioeconómicos más bajos encuentran una protección en la política de asistencia social. Obviamente que todos los aumentos se van licuando, pero en cada ajuste persiste la ilusión de que uno está protegido”.

En cuestión de imagen del Gobierno, paga más el crecimiento
Los analistas de opinión pública confirman esta situación de tolerancia a la inflación.

Santiago Rossi, director de Ipsos Mora y Araujo, señala que la aprobación de la gestión del Gobierno viene mostrando un crecimiento que está directamente relacionado con la recuperación de la economía.

“Se produjo una nueva mejora en la imagen presidencial, que alcanzó un 40%, es decir que recuperó un nivel similar al que existía en 2008, antes del conflicto con el campo”, detalla.

Y manifiesta, además, su convicción de que el enrarecimiento del clima político no necesariamente cambia la aprobación a la gestión oficial, en la medida en que el panorama económico no muestre una desmejora.

También una medición de la consultora Poliarquía confirma la existencia, entre 2003 y 2010, de una fuerte correlación (80%) entre imagen y ritmo económico.

Al respecto, un contundente 64% de los encuestados afirma que prefiere un escenario como el actual antes que un menor índice de suba de precios, atado a un menor ritmo de actividad.

Ante la aceleración de la inflación constatada este año, Sergio Berensztein, director de Poliarquía, marca una diferencia respecto de otros momentos históricos.

“Antes la gente adoptaba conductas defensivas. Y era natural porque, además de subir los precios, había volatilidad cambiaria. Ahora, con la sensación de un dólar controlado, el consumo se transforma en una actitud completamente racional”, afirma.

¿Modelo para rato?
“A pesar de las críticas, el Gobierno entiende que su imagen no va a cambiar mucho si la inflación baja del 25% al 15%. Entonces prefiere poner dinero en la calle para asegurarse un crecimiento al 8%, antes que tener una índice inflacionario menor y crecer al 3% o 4%”, comenta el economista de una de las principales consultoras, que pidió no ser mencionado.

En definitiva, parecería ser que esta es una premisa que empieza a ganar adeptos.

“Otro tema es que se equipara el concepto de “crisis” a lo ocurrido en 2001. Entonces, comparado con ese momento, cualquier situación parece preferible. Es como decir que si tu auto está roto, pero todavía no se incendió, no tenés ningún problema grave”, grafica Lazzari.

Claro que los economistas perciben que la situación actual podría convertirse en un arma de doble filo.

Al respecto, el ex ministro Juan Llach, resalta que “uno de los dramas de la inflación es, precisamente, la necesidad de aumentarla para hacer una justicia que ella misma se encargará de hacer efímera, como ocurre ahora mismo con las jubilaciones”.

Y Luis Secco, economista de la consultora Deloitte, advierte que “esta estrategia tiene riesgos importantes y crecientes”.

Marca en este sentido que los resultados de incentivar la economía inyectando dinero al mercado “se harán cada vez menos importantes y dejarán lugar a mayores efectos nominales”.

En la misma línea, el economista Carlos Melconian, que acuñó el término “reactinflación” para definir la actual fase del modelo económico, señala que en un rango de alza de precios superior al 25% “cada vez la gente va a sentir menos reactivación y más inflación”.

Su previsión es que el nivel de crecimiento actual está en su techo, mientras que la inflación está en un piso.

¿Está cerca, entonces, el momento en el que el humor social empiece a cambiar? Muchos economistas creen que mientras el contexto internacional ayude, el modelo de crecimiento con inflación goza de buena salud.

“El viento de cola asegura cinco puntos de crecimiento del PBI. A eso, un par de puntos lo aporta el consumo y otros dos puntos vienen por la inercia inflacionaria. No es un crecimiento genuino, claro, porque nos comemos el capital, pero mientras el mundo ayude el modelo puede seguir un buen tiempo”, sostiene Lazzari.

Para Castillo, de ACM, “la tolerancia social a la inflación durará mientras haya crecimiento y los salarios le sigan el ritmo. Por ahora se puede, pero hay que mirar lo que le pasa a Venezuela, que se quedó con la inflación alta y sin crecimiento”.

La otra cara de la inestabilidad
De manera que la paciencia de los argentinos para con la inflación es larga.

Pero esa tolerancia tiene su contracara: es la aversión a la fluctuación del tipo de cambio. Porque el otro punto que los analistas señalan es que una “pata” fundamental es la percepción de estabilidad en el precio del dólar.

Sin eso, las encuestas no mostrarían la gran propensión al consumo que hoy se registra.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner demostró tener este tema bien presente. En un reciente discurso ante la Bolsa de Comercio de Rosario, marcó la diferencia cultural entre los brasileños, a quienes no les preocupa una gran volatilidad de su moneda, y los argentinos.

“Ustedes van a Brasil y ahí nadie les habla de dólares. Hablan de reales, piensan en reales, gastan en reales, sueñan en reales y quieren ganar reales (…) Y a nadie se le mueve un pelo ni pierde una ojota por ir a comprar dólares, siguen yendo a la playa. Acá en la Argentina, una oscilación de cuatro o cinco centavos de un día para otro en el dólar produce un efecto estampida, la gente se agolpa frente a las casas de cambio”, enfatizó.

El discurso presidencial deja bien en claro cuáles son las prioridades.

Es decir, la estabilidad en la paridad cambiaria con el billete verde preocupa más que la depreciación de la moneda vía suba de precios.


http://economia.iprofesional.com/notas/103701-Argentinos-confiesan-por-que-prefieren-pagar-con-inflacion-el-crecimiento-del-pais.html

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